domingo, 24 de mayo de 2015

Las armas blancas del General José de San Martín

Hace algún tiempo, tuve la aportunidad de acceder al Informe Técnico que, sobre el sable del General José de San Martín, efectuara la entonces, Sección Gabinete Scopométrico de la Policía Federal Argentina, en oportunidad de su recuperación, luego de la segunda sustracción que sufriera, del Museo Histórico Nacional. 


El citado informe, fechado 18/01/1967, se encontraba suscripto por los Subcomisarios Nicolás Eduardo Cataldi y Roberto Rodolfo Capello, entonces a cargo de la Sección citada.  

Se trata sin lugar a dudas de un documento único, el análisis técnico pericial, de la pieza, a los efectos de avalar "incontrastablemente las características de esta reliquia histórica y evitar, como en la actualidad, tener que recurrir a referencias personales, signos, marcas, etc...." reza la nota por la cual se solicitara la pertinente autorización de trabajo, en junio de 1966.
El contar son esa valiosa información, me llevó a realizar un pequeño esbozo de las armas blancas ligada al General San Martín, en que me permito desarrollar, a continuación.

Primeramente, corres-ponde apuntar con relación a las armas blancas de hoja larga empleadas o atribuidas al General José de San Martín, que se tiene presunción o conocimiento más o menos cierto, acerca de cuatro:

·     La primera, seguramente un sable, empleada en su paso como cadete de la Escuela de Murcia;
·     La segunda, una espada, empuñada en Bailén y en Albuera,
·     La tercera, posiblemente una espada, empuñada en el combate de San Lorenzo y
·     Finalmente la más representativa de todas, el sable curvo, pésimamente denominado “corvo”, hasta la fecha, en poder del Regimiento de Grana-deros a Caballo y expuesto en un templete especial, dentro de los cuarteles sitos en el barrio de Palermo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Es de señalar, que no se tiene información valedera respecto de la primera de las piezas mencionadas, como tampoco acerca de alguna investigación o estudio realizado de la misma.

En lo que hace a la segunda, la de Bailén, se encuentra enmarcada dentro del modelo utilizado por la caballería española en la segunda mitad del siglo XVIII, siendo entonces sus medidas:



Largo total:                1.127 mm.
Largo de la hoja:          940 mm.
Ancho de la hoja:           20 mm.
Espesor de la hoja:          6 mm.
Peso:                                900 grs.



A ambos lados de la hoja presenta sendos vaceos en los cuales está grabado el nombre y apellido del espadero: “Sebastián Hernández” “el joven”, quién trabajó en Toledo y Sevilla durante el siglo XVII, lo que hace presumir que la misma pudo haber sido realizada entre 1650 y 1660.

No se ha conservado la vaina original y en la actualidad está dentro de una caja de madera, que se presume hecha construir por el propio San Martín. A la misma, se le incorporó una chapa metálica que reza:

“Espada del Libertador General José de San Martín. Esta espada es la que usó el general San Martín en la batalla de Bailén (España 1808) y se la regaló a su ex oficial de Maipú, el general chileno José Manuel Borgoño (1792-1848) estando este en Europa como enviado especial del gobierno de Chile. El general Borgoño, siendo ministro de Guerra y Marina del presidente de Chile, general Manuel Bulnes, el año 1846 se la regaló, y a su fallecimiento el año 1866 pasó a su hijo Gonzalo Bulnes (embajador de Chile en la Argentina) que se la obsequió al general José Ignacio Garmendia”. 

Con posterioridad al trayecto relatado en la chapa, a a partir de 1931 la espada llega a manos del ingeniero Domingo S. Castellanos, por vía de su esposa María Teresa Aubone y Garmendia, permaneciendo por muchos años, expuesta en una vitrina al efecto, en la casa de éste, en las Sierras de Córdoba. Fuentes no confirmadas, señalan que la espada debió ser vendida para atender al pago de un secuestro, encontrándose en la actualidad en la colección del Dr. Horacio Porcel.

Llegamos así a la tercera, la empleada en el combate de San Lorenzo. Respecto de ella, José J. Biedma en un trabajo publicado en La Ilustración Sudamericana el 25/11/1895, expresa:

“San Martín reemplazó a Belgrano en el mando en jefe y nombró a La Madrid su edecán, regalándole su espada, diciéndome –asegura el obsequiado- que era la que le había servido en San Lorenzo, y que después perdió en la bizarra acción de Yamparaez”.

Por su parte, Lamadrid, en “Observaciones sobre las Memorias póstumas del brigadier general José María Paz” (citadas por Busaniche, José Luis, en “San Martín visto por sus contemporáneos”- Pág., 17 (1942) Bs.As.) afirma:

“…Cuando poco después se retiró el general San Martín, por enfermo, me regaló su espada, al tiempo de marcharse, diciéndome que era la que le había servido en San Lorenzo, y que me la daba para que la usase en su nombre seguro de que sabría yo sostenerla.” 

Estas “Observaciones” fueron publicadas en 1855, curiosa-mente, en las “Memorias” de Lamadrid, escritas en 1841 y ampliadas en 1850, conforme lo afirma Adolfo P. Carranza en la edición oficial (Tomo I, pág. 73), desaparece la mención al combate de San Lorenzo:

“…El día de su partida para Mendoza, me regaló el señor  general San Martín una hermosa espada de su uso, con guarnición y vaina de acero.”

Más adelante señala que, esa espada, “…fue volteada de la mano en el encuentro nocturno de la cuesta de Carretas…” en las cercanías de Yamparaez en el Alto Perú, dentro de la guerra de guerrillas a retaguardia del Ejército del Norte en 1817. Más adelante agrega:
 
 “Cuando el general Sucre entró después a Chuquisaca y fueron enviados por nuestro gobierno cerca del general Bolívar, el general Alvear y el doctor Díaz Vélez, mi padre político, la espada estaba en poder de un jefe colombiano. El doctor Díaz Vélez hizo varios empeños para conseguirla a cualquier precio y no le fue posible. Esta espada habría sido para mi el mayor presente que se me podía haber hecho.” 

Finalmente llegado al centro de esta pequeña enumeración: el sable curvo, cuenta con una historia más frondosa y azarosa, como asimismo un breve número de trabajos que investigan, y también fantasean, acerca de su origen y estado.

Si bien popularmente se lo denomina como “sable corvo”, hace tiempo que estudiosos, historiadores y docentes debieron haber enseñado que se trata simplemente de un “shamshir”. Esto es, una tipología específica de arma blanca, de la familia de los sables, de origen persa, que podemos enmarcar en la moda establecida por los altos oficiales que estuvieron con Napoleón en la Campaña de Egipto entre 1798 y 1801. Muchos generales y mariscales franceses trajeron consigo sables de concepción oriental y también lo hicieron personajes históricos de la talla de Manuel Belgrano y Martín Miguel de Güemes, baste recordar que la empuñadura en ambos ostenta la imagen de la Orden de Egipto creada por Napoleón.

Haciendo un poco de historia, cabe recordar que el término “shamshir” hace referencia a las curvas garras del tigre, que en este caso, apunta a la pronunciada curvatura de la hoja que se estrecha uniformemente hasta la punta.    

Asimismo, sable es la denominación genérica de toda arma blanca, de marcado desarrollo de hoja, que presenta un lado romo, el lomo, y un lado filoso, el filo. Pudiendo darse ejemplares de hoja marcadamente curva, de raíz turca y ejemplares de hoja mayormente recta, de origen oriental europeo.

La hoja pronunciadamente curva, se presentaba no sólo en Persia, sino también en la India y en casi todo el mundo árabe durante el siglo XVI. Eran hojas confeccionadas en acero de Damasco, siendo parte de la confección el “wootz”, un cilindro chato de hierro con alto contenido de carbono (acero de regular pureza) que, originado precisamente en la región de Damasco, era comercializado en Persia. Este “wootz”, sometido a forja, en un horno de piedra, alimentado con carbón y siguiendo un cuidadoso proceso regido por los conocimientos del forjador, para apreciar la coloración exacta del material entre sus manos, era convertido en un lámina y luego en una hoja, que templada, era finalmente pulida y sometida a soluciones salinas y ácidas, que resaltaban los diferentes componentes que yacían en ese “wootz” original y daban el particular acabado de las “hojas de damasco”. Al punto, es preciso señalar que ese particular dibujo era el resultado de la estructura dúplex de hierro y carbono, incorporada desde la misma confección del “wootz” e incrementada de una manera irrepetible, durante el proceso de calentamiento y martilleo de la forja.

Se arribaba así a una hoja resistente, tenaz, pero elástica, dura y flexible, muy curva hacia el lomo, que solía alcanzar su máxima curvatura aproxima-damente a la mitad de su recorrido. No siempre contaban con recazo, en general sí un corto gavilán recto, con escusón romboidal. La empuñadura con pomo vuelto hacia el filo y prominente, para facilitar el empuña, Cachas de cuerno, hueso o madera noble y un orificio para la dragona en el cuerpo del pomo completan la adusta decoración.

Volviendo a la pieza concreta, ha habido muchos estudios, algu-nos históricos influidos por la personalidad de su propietario y otros científicos, más cercanos a la realidad que emerge de las cosas.

Los primeros han permitido conocer que la hoja habría sido forjada entre los siglos XVI y XVIII y que fue adquirido en Londres, entre septiembre de 1811 y su partida hacia América.                           .

Un trabajo realizado por el Gral. Enrique Dick, publicado en el Nro.8 (Año 2 – Mayo/2013) del Boletín Online de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina, acota a siete, los comercios donde pudo haber sido comprado: Samuel Brunn, Thomas Gray, Richard Johnston, John Prosser, George Reddell, J. Sydenhan y Richard Teed.

Su confección, seguramente inglesa, a partir de una antigua hoja, incorporó un aditamento típicamente europeo, una pequeña ruedecilla en la puntera de la vaina, para evitar el contacto directo con el suelo. Esto era impensado en el mundo oriental, donde se lo llevaba firmemente sujeto a la cintura; por el contrario, la usanza europea era el empleo de tiros que lo hacían colgar del cinto.

También a la influencia europea puede atribuirse la roseta o trébol que, cincelada, existe en la cara derecha de la cruz.

El estudio de rigurosidad científica surge a consecuencia de la azarosa vida del shamshir en nuestro país, que brevemente trataré de esbozar.

Como es sabido, a la partida de San Martín hacia el ostracismo, el 10/02/1824, el shamshir queda, con otras pertenencias en Mendoza, al cuidado de Josefa Ruíz Huidobro, hasta que en una carta fechada el 05/12/1835, encarga a su hija y yerno, “…se traigan es mi sable corvo, que me ha servido en todas mis campañas de América, y servirá para algún nietecito, si es que lo tengo.”

En 1837 se reunirán nuevamente en Grand Bourg, para no separarse hasta su muerte, a partir de allí nacerá una de las tradicionales discusiones argentinas. Conforme a la cláusula tercera de su testamento, fechado el 23/01/1844, San Martín legará el shamshir a Juan Manuel de Rosas,

“El sable que me ha acompañado en toda la Guerra de la Independencia de la América del Sur, le será entregado al general de la República Argentina Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República, contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla.”

El shamshir por tercera vez cruza el Atlántico, llegando a manos de Rosas 17/07/1850, por medio del envío que le hiciera Mariano Balcarce y queda con él, hasta que, a consecuencia de la batalla de Caseros, éste inicia su exilio en Southampton. La pieza queda allí, se dice que en un estuche, sobre cuya tapa hizo colocar una placa de bronce donde se encontraba grabada la cláusula testamentaria que se la había otorgado.

Finalmente, en 1862 Rosas redacta su testamento y en él dispone:

“A mi primer amigo el Señor Don Juan Nepomuceno Terrero, se entregará la espada que me dejó el Excelentísimo Señor Capitán General Don José de San Martín (y que lo acompañó en toda la guerra de la Independencia) por la firmeza con que sostuve los derechos de mi Patria. Muerto mi dicho amigo pasará a su esposa la Señora Doña Juanita Rábago de Terrero y por su muerte a cada uno de sus hijos e hija, por escala de mayor edad.”   


El matrimonio Terrero fallece antes que Rosas, cuya muerte se produce en 1877, lo que provoca que el shamshir llegue a manos de Máximo Terrero, esposo de Manuelita Rosas y viaje al domicilio de estos en 50 Belsize Park Gardens, Londres, donde permanece durante veinte años.

En 1896 el Dr. Adolfo P. Carranza, fundador y primer Director del Museo Histórico Nacional, inicia a través de Antonino Reyes, un acercamiento con la familia Terrero, a efectos de obtener el regreso del shamshir al país.

Esta negociación culmina el 05/09/1896, mediante el envío de una carta de Carranza a Manuela Rosas de Terrero, donde expresa:

“…me permito solicitar a V. con destino al Museo que dirijo, aquella espada redentora de un mundo, para que aquí, en el seno de la patria que le dio el ser, pueda ser contemplada por los que la habitan y sea ella en todo tiempo la que les inspire para defender la soberanía nacional, como en la ocasión que originó se la obsequiaran a su señor padre.”

El 26/11/1896, Manuela Rosas de Terrero responde dirigiéndose a Adolfo P. Carranza:

“…Al fin mi esposo, con la entera aprobación mía y de nuestros hijos, se ha decidido en donar a la “Nación Argentina” este monumento de gloria para ella, reconociendo que el verdadero hogar del sable del Libertador, debiera ser en el seno del país que libertó. Por lo tanto puede Ud. señor Carranza contar con que al recibo del pedido oficial que Ud. ofrece la contestación será el envío del sable.”

Algunos días más tarde, el 26/11/1896 el menor de los hijos de Manuela Rosas, Rodrigo S. Terrero, escribe a su primo hermano, Juan Ortíz de Rosas, poniéndolo al corriente y consultándolo si aceptaría llevar a cabo la presentación en su nombre, a la patria.”.

Poco después, el 30/11/1896 Manuela Rosas dirige otra carta al Dr. Adolfo Saldías, haciendo referencia al intercambio epistolar con Carranza y confirmando la intención de realizar la donación.

Existen algunos intercambios epistolares más, entre los citados, hasta que finalmente el 01/02/1897 Máximo Terrero dirige sendas notas formales al Dr. Adolfo P. Carranza en su carácter de Director del Museo Histórico Nacional y al Dr. José Uriburu, como Presidente de la República, comunicando el envío de la pieza,  “… en calidad de una donación hecha a la Nación Argentina, en nombre mío, de mi esposa y de nuestros hijos, y al mismo tiempo manifestando el deseo de que sea depositada en el Museo Histórico Nacional….”, como así que Juan Manuel Ortiz de Rosas “…queda encargado por mí para recibir y poner el sable en manos del señor Presidente.”

El 25/01/1897 Manuel Terrero se hace presente en la legación argentina en Londres, con el shamshir y su cofre a fin de que el mismo sea sellado y se extienda el correspondiente sellado, circunstancia que motiva una nota del representante argentino, Luis L. Domínguez a Manuela Rosas, señalando el trámite cumplido y la comunicación remitida a Buenos Aires, respecto del mismo.

Finalmente, el 02/02/1897, Manuel M. Terrero escribe a Juan Manuel Ortiz de Rosas:

“Mi querido Juan Manuel:
Como Rodrigo ya está ausente acompañando a Ina, en la Suiza, quedo ya encargado del asunto de la espada. Además de la carta de Rodrigo que la acompañará, te mando por mi parte lo siguiente:
Llave de la caja que contiene el sable.
Certificado del Ministro Argentino.
Copia de una carta de dicho Ministro a mamá.
Copia de una carta de mamá a Carranza.
Creo que así todo queda claro y que no hay ninguna explicación de mi parte.
Ayer mismo llevé la caja y la entregué en persona a la Compañía Mala Real en Southampton. Por consejo de dicha Compañía la mandó como si fuera oro o plata (“Bullion”) y espero dentro de dos días el conocimiento (“bill of lading”) para mandártelo.
Saldrá el día 5 por el “Danube” y el Capitán Dickinson quien es amigo mío me ha prometido cuidarlo cuanto le sea posible y también facilitarle la entrega del otro lado.
Hasta mi próxima entonces, te saludo y soy tu afmo. Primo y amigo.
                                                                                          Manuel M. Terrero”

El 28/02/1897 el paquete Danube amarraba en el puerto de La Plata, donde fue trasbordado a la corbeta La Argentina. Siendo por demás interesante la nota publicada por La Prensa el 01/03/1897, donde se manifestaba con desagrado la poca concurrencia que tuvo la ceremonia de trasbordo, carente de representación gubernamental y publicidad. Señala asimismo, que la encomienda consistía en:

“…Era un gran cajón, levantada su capa, se encontró otro de cinc, que cortado, permitió ver una capa de diarios argentinos e ingleses que rodeaban una valija de cuero negro; abierta ésta, se vió una caja de madera oscura, cerrada con llave, dentro de la cual está la espada del ilustre guerrero.
La caja no fue abierta por no disponer de la llave en ese momento el Sr. Ortíz de Rozas.
Sobre la cubierta de aquella se halla fijada una plancha de bronce, de figura ovalada, en la cual se ha grabado la siguiente inscripción, en grandes caracteres ingleses:
“El sable que me ha acompañado en toda la Guerra de la Independencia de la América del Sur, le será entregado al general de la República Argentina Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República, contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla. París, 23 de enero de 1844. José de San Martín….”

Por su parte, otro periódico el Porvenir Militar, en la misma fecha, señalaba con relación a la pieza:
“…Dio sus primeros golpes a favor de la libertad de España y brilló heroicamente en Arjonilla y Bailén. Pero al patriotismo argentino basta con ser el sable de San Lorenzo, de Chacabuco y de Maipú….”

Como hemos visto una muy desafortunada evocación desde el punto de vista histórico.

El 04/03/1897 en una ceremonia muchísimo más austera de lo esperado y conversado por Ortíz de Rosas, el shamshir es conducido a la Casa Rosada por cuatro marineros en uniforme de gala, junto con una comisión nombrada por el Estado Mayor General del Ejército y entregada al Presidente, quien luego de las palabras protocolares, la pone en manos del Teniente General (RE) Donato Álvarez para su traslado al Museo Histórico. Es de señalar que todos los generales en actividad, que fueron designados para conformar la Comisión mencionada, se excusaron de participar de la ceremonia (Tte. Gral. Juan A. Gelly y Obes, Gral. Francisco B. Bosch, Gral. de Brigada Manuel J. Campos y Gral. de Brigada D. Cerri).

A su llegada al Museo, se formaliza el acto en un acta que suscriben los presentes.

El saldo fue que, por quinta vez la pieza cruzaba el Atlántico y nuevamente las porfías internas dejaban de lado la importancia histórica de la libertad de media América del Sud, para centrarse en su propio ombligo. Todos los periódicos de la época confirman, con tintes más o menos profundos, lo que El Tiempo describe con gran poder de síntesis: “En el enérgico lenguaje criollo puede decirse que la recepción del Sable de San Martín, ha sido una porquería.”

Ramallo, en la obra que se cita en la bibliografía, puntualmente aporta muchos interrogantes: “…¿No pudo más el atávico rencor hacia Rosas, que la posible admiración hacia San Martín? ¿No habrá mediado una decisión de las logias masónicas tan activas por aquella época?. ¿Por qué no se designó a Mitre (biógrafo de San Martín), Roca, Pellegrini, Bernardo de Irigoyen, Vicente Fidel López, etc.,. como integrantes de una comisión de recepción, tal como lo pretendía la Tribuna en su edición del día 1º de marzo de 1897?. De haber sido éstos nombrados. ¿hubieran aceptado y asistido al acto? Si no lo fueron, ¿Por qué no concurrieron igualmente? Según El Diario, del 4 de marzo, era muy posible que Mitre hiciera acto de presencia. Pero no estuvo. ¿Por qué?”

El 01/10/1897 el Museo Histórico fue trasladado desde su emplazamiento, donde hoy se levanta el Jardín Botánico, a su actual emplazamiento dentro del Parque Lezama.

En 1904 Adolfo Saldías, en la página 85, del Segundo Tomo de “Papeles de Rozas”, refiere que en la cubierta del cofre, que manifiesta haber tenido oportunidad de ver en Londres, “…contenía una leyenda relativa al significativo presente del Libertador San Martín…” y que el visitante no tenía oportunidad de conocer. Dentro de la misma obra, página 392, incluye esta advertencia: “El Director del Museo Histórico, mi distinguido amigo el Señor Adolfo P. Carranza, explica el porqué no está visible para el público la tal chapa, en los siguientes términos que cumplo con el deber de trascribir aquí: “La chapa existe en la tapa de la caja, pero como ésta debe permanecer abierta para que los visitantes del establecimiento vean el sable del Libertador, no es extraño que se haya creído que hubiese sido borrada e inutilizada la leyenda que tiene.””

Cuando en 1935 se reconstruyó el dormitorio de San Martín, merced a la donación de su nieta Josefa Balcarce y San Martín de Gutiérrez Estrada, la pieza fue sacada de su caja, remitida al depósito y colocada en una vitrina ubicada en el vestíbulo que daba acceso al dormitorio, entre las Salas San Martín y Chacabuco.

En 1941, al inaugurarse el denominado “Recinto de San Martín” fue ubicado en una vitrina octogonal, juntamente con una placa que rezaba “Sable de San Martín – Donación de la Sra. Manuela Rosas de Terrero”. Nuevamente la historia chica, la que corre entre los zócalos, hacía de las suyas: Ismael Bucich Escobar, en un artículo “Las reliquias de San Martín en el Museo Histórico Nacional”, publicado en “San Martín” revista del Instituto Sanmartiniano – Año I Nro. 3, pág.8 – Abril/1936, hacía mención a “la expresiva y lacónica leyenda que, escrita por él mismo hace un siglo, luce junto al sable inmortal…”;  más tarde y no sabemos por quién, ni por qué esa referencia desaparece.

En ese emplazamiento se encontraba el 12/08/1963, cuando fue robado por miembros de una agrupación política, proscripta en esa época, siendo recuperado el 28 del mismo mes y nuevamente colocado en él el 17/08/1964.

Pero las vicisitudes no terminarían allí, el 19/08/1965 nueva-mente sería robado por otros integrantes de la misma facción política, debiendo esperar hasta el 04/06/1966, para su recuperación en circunstancias aún menos claras que la vez primera. Como antes, su inmediato alojamiento fue en el Regimiento de Granaderos a Caballo, pero, en esta oportunidad para no salir más de allí; por medio del Decreto 8756 del 11/11/1967, suscripto por J.C. Onganía, G.A. Borda, A.R. Lañase, J.M. Artiguita y J.R. Alsogaray el shamshir es definitivamente entregado a la custodia de ese regimiento.

Es precisamente en el período que media entre su recuperación y su entrega definitiva al Regimiento de Granaderos, más precisamente el 15/06/1966, en que el Gral. Br. A. A. Lanusse, firmando por la Subjefatura del Estado Mayor General de Ejército, autoriza la realización de estudios, a llevarse a cabo en el Instituto Geográfico Militar.

En dichos estudios intervinieron, además del Gabinete Scopo-métrico y Gabinete Químico de la Policía Federal Argentina, la Comisión Nacional de Energía Atómica, el Instituto Nacional de Tecnología Industrial, el Laboratorio de Ensayos de Materiales e Investigación Tecnológica del Ministerio de Obras Públicas de la Provincia de Buenos Aires, la Administración Nacional de Bosques y el Instituto Geográfico Militar.

La única publicación conocida respecto de los mismos, fue la realizada en forma parcial, por el capitán Oscar Augusto Blanco, bajo el título “Características del sable corvo del general San Martín”, en la “Sección ilustrada de los domingos 2da.”, del diario La Prensa, correspondiente al 14/05/1967. Ello no obsta, a que más recientemente, se mencionen en forma parcial algunas de sus afirmaciones en muchas páginas de Internet, la mayoría de las veces sin citar la fuente.

A esta altura se podrá estar pensando a que, de tanto parrafeado, pero la intención del mismo apunta a que, más allá de las poéticas y altisonan-tes declamaciones acerca del llamado “corvo” del Libertador, muy poco es lo que se investigó respecto de su origen, características y verdadera pertenencia/utilización por parte del mismo.

Así, por años, las dos descripciones más precisas de la pieza habían sido:
·       “El sable es de fabricación inglesa corvo, liviano, y se conserva admirablemente.” (Ernesto Quesada – Las reliquias de San Martín. Estudio de las colecciones del Museo Histórico Nacional – 3ra. Edición – Bs.As. 1901 – pág.22).

·       “La hoja es de templado acero, curva, alfanjada con lomo redondo, la empuñadura de cruz, con rectos gavilanes de bronce, y las cachas negras de asta de búfalo. Por una perforación practicada al extremo final de la misma, pasa el cordón granate de la dragona, que remata en una pequeña borla plateada. La vaina que mide 87 centímetros, es de cuero negro, granulado, con brocal liso y contera adornada de dibujos hechos a cincel, siendo ambas partes de bronce. La boquilla corre sobre el lomo del brocal; y al finalizar la contera, por medio de una espiga, está pendiente una pequeña ruedita de acero. Dos abrazaderas de bronce en relieve, con anillas proporcionalmente superpuestas, complementan la guarnición de la histórica pieza que en total mide 95 centímetros.” (E. M. S. Dañero - Así llegó a Buenos Aires el sable del Libertador – Revista Argentina – Bs.As. 1950 – Nº 25 – pág.18).

Ficha Técnica:
Peso de la vaina: 680 grs.
Peso del sable con la dragona: 910 grs.
Peso del sable sin dragona: 890 grs.
Peso con vaina y sin dragona: 1.570 grs.
Largo de hoja: 818 mm.
Largo con empuñadura: 948 mm.
Ancho máximo de hoja: 27 mm.
Espesor máximo de la hoja: 5 mm.
Largo de la vaina: 52 mm.
Espesor máximo de la vaina: 37 mm.

Bibliografía
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·                 Corvalán, Guillermo “La espada que San Martín llevó al triunfo en Bailén reposa en la ciudad de Córdoba”. – Revista El Hogar (13/08/1958) - Bs.As..
·                 Corvalán Mendilaharsu, Julio César “El sable de San Martín”. Revista Histonium Nro. 115, (1948) - Bs.As..
·                 Corvalán Mendilaharsu, Julio César “El sable de San Martín (Una Carta Inédita de Manuelita) – Periódico El Federal 03/06/1944) – Bs.As..
·                 Diario La Prensa ejemplar 01/03/1897 - Buenos Aires 1869-1900 - Biblioteca Nacional Nro. 30.409.
·                 Descalzo, Bartolomé “El corvo glorioso del Gran Capitán y el estandarte del bravo español don Francisco Pizarro” Edición 1ra., (1948) – Instituto Nacional Sanmartiniano – Bs.As..
·                 Espíndola, Adolfo Salvador “La espada de San Martín en Bailén”. Revista Militar Nro. 619, (05-06/1953) – Bs.As..
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·                 Piovera, Rodolfo “Historia secreta el robo del sable de San Martín” - Revista Todo es Historia Nro. 554 – Año XLVI (Septiembre/2013) – Bs.As.
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·                 Ramallo, Jorge María “Historia del sable de San Martín” – Instituto Nacional Sanmartiniano (1995) – Bs.As..
·                 Regimiento Granaderos a Caballo “General San Martín” “El Sable Corvo del Libertador de América” – (1969) – Bs.As.
·                 Revista El Museo Histórico (publicación trimestral ilustrada y descriptiva dirigida por Adolfo P. Carranza) – Pág. 283/4. Tomo III (1898) Bs.As.
·                 Ruiz Moreno, Ercilia “El sable corvo de San Martin” – Trabajo monográfico de Oplotecología (inédito) - Escuela Nacional de Museología (1998) – Bs.As.
·                 Salas, Carlos A. “El sable del general San Martín” – Instituto Nacional Sanmartiniano (1974) – Bs.As..