(Parte IV)
EL PERIODO
COLONIAL
La división territorial a fines del siglo XVIII era la siguiente:
La expuesta, fue la
organización política, judicial y administrativa durante los siglos XVI, XVII y
XVIII, la organización militar se canalizó dentro de otro esquema de variables.
INTRODUCCION
En un principio, el gobierno de las Indias estuvo confiado
a los Virreyes, Capitanes Generales, Gobernadores y Audiencias, estos fueron
los primeros instrumentos de gobierno creados en los territorios que se iban
descubriendo y ocupando. Así pues, la primera Audiencia se establece en Santo
Domingo, de la isla Española, el 05/11/1511, le sigue la de México por Reales Cédulas
del 29/11/1527 y 13/12/1527 y cuyos límites se fijan el 12/07/1530.
En 1534 se crea el Virreinato de la Nueva España, primero de los
cuatro que llegaría a haber andando el tiempo. La persona del Virrey
representaba la máxima autoridad en el territorio confiado a su gobierno, pero
las cuestiones judiciales dependían de las Audiencias. En este Virreinato de
Nueva España había cuatro Audiencias: la de Santo Domingo de la Isla Española;
la de México; la de Nueva Galicia o Jalisco, creada en 1556 y la de Santiago de
los Caballeros o Guatemala, llamada también de los Confines, fundada en 1535.
El segundo Virreinato que se crea es el del Perú, que en principio
se llamó Nueva Castilla y ello tuvo lugar el 01/03/1543. De este Virreinato
dependían: la Audiencia de Panamá, creada el 26/02/1538; la de Lima creada el
20/11/1542; la de Nueva Granada o Santa Fe, el 17/07/1549; la de Quito, el
29/08/1563; la de Concepción o Chile, creada el 27/08/1565; la de Charcas, que
se estableció en la ciudad de este nombre, posteriormente llamada la Plata, en
1559 y la de Buenos Aires desde 1661 a 1672.
Estos Virreinatos se mantuvieron durante los siglos XVI y XVII, es
decir la épocas de los Austrias; en el siglo XVIII y ya bastante asentada la
Casa de Borbón, se crean dos nuevos Virreinatos que se segregan de los inmensos
territorios comprendidos en el Virreinato del Perú.
El primero fue el de Nueva Granada, por Real Cédula del 29/03/1717,
pero no duró mucho tiempo, pues en 1723 se volvió a la situación anterior. En
1739 fue restablecido el Virreinato de Nueva Granada que comprendía las
provincias de Santa Fe, Cartagena, Santa Marta, Maracaibo, Caracas, Antioquia,
Guayana, Popayán, Quito y territorios de la Audiencia de Panamá.
El Virreinato de las Provincias del Río de la Plata fue el último de
los creados y se estableció el 10/08/1776, comprendiendo las provincias de
Buenos Aires, Santa Cruz de la Sierra, Paraguay, Tucumán, Cuyo y Potosí,
estableciéndose definitivamente la Audiencia de Buenos Aires.
Bajo el reinado de Carlos III se estableció el sistema de
Intendencias a partir de la Real Ordenanza de Intendencias de 1782, modificada
posteriormente por la Instrucción de 1786 y tenían jurisdicción sobre las
cuatro ramas más importantes de la Administración: Hacienda, Justicia, Policía
y Guerra.
Los Intendentes estaban sometidos en parte a la autoridad del Virrey
y en parte a la del Intendente General. Se crearon doce Intendencias en México,
ocho en el Río de la Plata, dos en Chile, siete en Perú, una en Cuba y otra en
Caracas y a finales del siglo se añadió a Perú la Intendencia de Puno.
q Virreinato
de México o Nueva España.
q Virreinato
del Perú.
q Virreinato
de Nueva Granada.
q Virreinato
de las Provincias del Río de la Plata.
q Capitanía
General de Cuba.
q Capitanía
General de Guatemala.
q Capitanía
General de Filipinas.
q Capitanía
General de Chile.
q Capitanía
General de Venezuela.
q Gobernación
y Comandancia General de Puerto Rico.
q Gobernación
y Comandancia General de Santo Domingo.
LA ORGANIZACIÓN MILITAR
Durante el siglo XVI, en la medida en que
la exploración y conquista de los nuevos territorios da paso a la colonización,
instrumentada mediante asentamientos y encomiendas, se hace imperioso el disponer
de medios defensivos de las nuevas posesiones.
Dos resultan los puntos vulnerables y dos las políticas
establecidas:
ü Las
tierras situadas en el interior y que podían resultar blanco del ataque de las
tribus no sometidas, fueron puestas a cargo de los propios encomenderos y
colonos, obligándoselos a mantener armas y caballos y a movilizarse en su
defensa cuando la ocasión lo ameritara.
Con el correr del tiempo,
este sistema resultaría en la creación de Milicias locales o gremiales a cargo
de un soldado veterano, cuya misión era el obtener una elemental instrucción en
el manejo de las armas y de los principios del arte militar.
ü Las
costas y principalmente los puertos que servían al embarque de mercancías con
destino a la Península, constituyeron puntos para construcción de defensas
costeras
En una primera etapa, la construcción de fortalezas fue una obligación de los Gobernadores, pero desde fines del siglo XVI y durante todo el siguiente, los ataques de piratas y corsarios, muchas veces al amparo del poderío naval holandés e inglés, llevaron a reforzar los puertos del Caribe.
Fue entonces cuando la Real Hacienda se hizo cargo de la construcción de fortificaciones y cuando se produce el envío de soldados profesionales, por vez primera, para cubrir plazas en las mismas.
Estas fuerzas regulares eran engrosadas, en caso de peligro, por los vecinos del lugar, movilizados por el Gobernador de la Plaza. Si bien en muchas oportunidades este sistema funcionó eficazmente, en otras ocasiones resultó totalmente inoperante.
A inicios del siglo XVIII, al término de la Guerra de Sucesión y
bajo el reinado de Felipe V, este enfoque se modificaría diametralmente:
q Por
un lado, se asume que era absolutamente necesaria la creación de una escuadra
lo suficientemente poderosa, como para proteger el comercio con las Indias y
sus costas de piratas, corsarios y armadas enemigas de la Corona.
Esta labor la inicia Patiño y la continúa Ensenada, contándose hacia 1736 ya con una flota suficiente para cumplir ambos cometidos.
q Se dispone la creación de unidades fijas que guarden y defiendas los puntos de mayor importancia, desplazando de ese cometido a las Milicias. Resultan así las siguientes unidades:
Esta labor la inicia Patiño y la continúa Ensenada, contándose hacia 1736 ya con una flota suficiente para cumplir ambos cometidos.
q Se dispone la creación de unidades fijas que guarden y defiendas los puntos de mayor importancia, desplazando de ese cometido a las Milicias. Resultan así las siguientes unidades:
v En
1719 el Regimiento Fijo de la Habana,
v En
1736 el Batallón Fijo de Cartagena,
v En
1738 los Batallones Fijos de Santo Domingo y Panamá,
v En
1740 el Batallón Fijo de Veracruz,
v En
1741 el Batallón Fijo de Puerto Rico en 1741,
v En
1753 los Batallones Fijos de Valdivia, Concepción y el Callao y
v En
1754 los Batallones Fijos de Yucatán y Venezuela.
q Se
inicia el envío regular de unidades peninsulares, las que en muchas
oportunidades integran total o parcialmente sus efectivos a los Regimientos
Fijos, retornando a su asiento natural, solamente un puñado de oficiales y
soldados.
Todas estas medidas conducen a la conformación de lo que se ha dado
en llamar el Ejército Extrapeninsular, por parte de autores militares
españoles. Este estaba conformado por lo siguientes cuerpos orgánicos:
A.
EJERCITO DE DOTACIÓN
Compuesto por los
Regimientos o Batallones asignados a una plaza determinada, de allí su
denominación de “Fijos” y cuya principal misión era defender el territorio a su
cuidado.
Aunque poseían
reglamentos particulares a cada uno de ellos, su organización general estaba
encuadrada por las Ordenanzas Generales del Ejército.
Constituían el núcleo más
potente y eficaz del Ejército de Ultramar.
B.
TROPAS PENINSULARES DE REFUERZO
Eran las unidades
peninsulares que temporalmente marchaban a las Indias, principalmente durante
la primera mitad del siglo XVIII y que tuvieron como misión reforzar los puntos
más débiles del esquema defensivo ante una amenaza concreta, para después de un
tiempo, retornar a la Península, dejando parte de sus efectivos para completar
los Fijos.
Dentro de este esquema,
resultan excepcionales las expediciones de Cevallos a la Colonia del Sacramento
y de Gálvez a Pensacola.
C.
MILICIAS REGLADAS
Se organizan en 1764
dentro del reinado de Carlos III, siendo primeras la de Nueva España por obra
de D. Juan de Villalba y en Capitanía de Cuba, por la de Riecla y O’Reilly.
El primer Reglamento de
Milicias se publica en la Habana en 1769 y posteriormente se aplica a todos los
territorios a la creación de Milicias Provinciales, con las adaptaciones del
caso.
La instrucción militar
estuvo a cargo de los Oficiales de Asamblea, militares profesionales enviados
desde la Península para abocarse a la organización e instrucción de dichas
milicias.
Hubo toda clase de
Milicias Regladas: de Blancos, de Pardos, de Morenos, etc.
D.
MILICIAS URBANAS
Habían sido originadas
por las antiguas Milicias gremiales y locales, algunas tenían otorgados fueros
y la mayor parte no percibía remuneración alguna, ni siquiera en caso de
movilización.
Se ejercitaban los
domingos por la mañana, después del horario de misa y sus oficiales, que no
contaban con despachos reales, pertenecían a las familias importantes de la localidad.
Su misión principal era
el orden público y solamente en casos muy extremos reforzaron, con carácter
auxiliar, a los Cuerpos Fijos y a las Milicias Regladas.
Muchos autores militares hispanos opinan que, así como se atribuye a
Felipe V la conformación del Ejército Peninsular moderno, debe considerarse a
Carlos III el creador del Ejército de Ultramar. Durante su reinado se da forma
a un ejército propio, autóctono, organizado y disciplinado que, enmarcado en
reglamentos particulares, cumplía con los basamentos de la Ordenanzas Generales
del Ejército Peninsular y era comparable a éste.
Su mayor diferencia con el Ejército Peninsular residía en el campo
táctico, su destino era el conservar el orden interior, frente a lo que daba en
llamarse “insurrecciones de los indios bárbaros e infieles” y defender
las plazas costeras de los ataques de potencias navales enemigas.
Así, las Milicias Regladas o Provinciales no solían desplazarse
fuera de las inmediaciones de sus plazas de destino y la Artillería se asentaba
en las plazas fortificadas, con un despliegue totalmente defensivo. La única
excepción en este punto lo constituyó la artillería volante creada por Maturana
en Buenos Aires a fines del siglo XVIII.
EL
VIRREINATO DEL RIO DE LA PLATA
Al comenzar el siglo XVIII, los
territorios del Río de la Plata se dividían en tres provincias: Buenos Aires,
Paraguay y Tucumán, que dependían administrativamente del Virrey del Perú y
judicialmente de la Audiencia de Charcas.
Las provincias de Buenos Aires y Paraguay habían sido creadas por la
Real Cédula del 16/12/1617, que determinó la separación de lo hasta ese momento
había constituido la Gobernación del Río de la Plata.
La provincia de Buenos Aires limitaba por el norte con la de
Paraguay, por el oeste con la de Tucumán y el Gran Chaco, por el este con el
océano y por el sur se extendía por la Patagonia, hasta la Tierra del Fuego.
La provincia de Paraguay, que también se conoció como provincia de
Guayra, se extendía por el norte hasta la laguna de los Jarayes, por el este
limitaba con la colonia portuguesa de Brasil, por el sur con las misiones
jesuitas del Paraná y por el oeste con el Gran Chaco, hasta la provincia de
Tucumán.
La provincia de Tucumán que había sido creada en 1560 por el Virrey
del Perú, Conde de Nieva, tenía por límites, al norte la provincia de Charcas y
Paraguay, al sur y al este la provincia de Buenos Aires y al suroeste la
provincia de Cuyo.
Casi un siglo después y como consecuencia de disputas surgidas con
los portugueses, el Gobernador de Buenos Aires, D. Bruno Mauricio Zabalsa, los
enfrenta y derrota en Sacramento y Montevideo, decidiendo la fundación de la
plaza de San Felipe de Montevideo. Los límites territoriales fueron fijados por
el Capitán de Caballos D. Pedro Millán el 24/12/1726. Por Real Decreto del
09/12/1749 fue elevada al rango de Gobernación, con un gobernador independiente
de Buenos Aires.
Durante un período de cincuenta años se mantuvo la situación
expuesta, hasta que, mediante un informe fechado el 12/01/1771 el fiscal de la
Audiencia de Charcas, propone a la Corte española, la creación de un nuevo
virreinato, que con capital en Buenos Aires, comprendiese las provincias de
Buenos Aires, Paraguay, Tucumán y Cuyo. Luego de requerir sendos informes al
Virrey del Perú y al Gobernador de Buenos Aires, ambos en sentido favorable, un
hecho circunstancial precipita la creación del Virreinato del Río de la Plata.
Este hecho fue la ruptura de hostilidades con Portugal, como
consecuencia del ataque por sorpresa a las guarniciones españolas, en virtud
del cual se apoderó de los territorios al sur del Río Grande. La reacción de la
Corte española fue inmediata y el 13/11/1771, parte desde Cádiz una expedición
de diez mil hombres al mando de D. Pedro Cevallos, que, en rápida campaña
restablece la situación anterior.
D. Pedro Cevallos, además de Capitán General de las fuerzas
expedicionarias, llevaba el nombramiento de “Virrey, Gobernador y Capitán
General de las provincias de Buenos Aires, Paraguay, Tucumán, Potosí, Santa
Cruz de la Sierra, Charcas y de todos los Corregimientos y territorios a que se
extiende la jurisdicción de aquella Audiencia”.
Terminada su misión, Cevallos solicitó regresar a España y para
sustituirle fue nombrado D. José de Vértiz, Teniente General y hasta entonces
Gobernador de Buenos Aire, cuyo nombramiento por Real Cédula del 27/10/1777,
confirma la creación del nuevo Virreinato.
En un principio continuó como única la Audiencia de Charcas, hasta
que, en el año 1783 se dispone la creación de la Audiencia de Buenos Aires, con
jurisdicción en esta provincia y en las de Paraguay, Córdoba y Tucumán,
mientras que la de Charcas atendía los asuntos del resto de Virreinato.
En 1782 al establecerse el sistema de Intendencias, se llevó a cabo
la subdivisión del Virreinato en los siguientes territorios:
q Buenos
Aires
q Paraguay
q Mendoza
q San
Miguel del Tucumán
q Santa
Cruz de la Sierra
q La
Plata
q Potosí
Desde el punto de vista militar, la creación del Virreinato supuso
el fortalecimiento de la autoridad del que hasta entonces había sido el
Gobernador de Buenos Aires, pues el ser ahora Capitán General del territorio,
podía recurrir a tropas de las otras provincias en caso de peligro, sea que
este procediera de los territorios ocupados por los portugueses o de las costas
marítimas.
Si bien ya existían tropas creadas con anterioridad, se sumaron
otras, se establecieron mejoras al sistema defensivo y se reorganizaron las
Milicias con arreglo al Reglamento de La Habana de 1769.
Si bien desde muy antiguo existieron fuerzas afectadas a la guarnición
en Buenos Aires, es muy difícil determinar hasta cuando pueden ser consideradas
tropas presidiales o de guarnición y desde cuando ejército de dotación.
A diferencia de lo que sucedía en los demás Virreinatos y
Capitanías, en donde antes de la creación de cuerpos fijos, existían cuerpos
presidiales, con una organización más cercana a una milicia, que a una unidad
regular, en Buenos Aires ocurre exactamente lo contrario con las Compañías de
Infantería y Caballería.
Durante los siglos XVI, XVII y principios del XVIII, eran enviados a
Buenos Aires soldados peninsulares, sin conformar una unidad orgánica, para la
guarnición del presidio.
Una comunicación del Rey dirigida al Virrey y Capitán General de la
Ciudad de los Reyes (Lima), fechada el 17/01/1717, ilustra sobre el particular:
“...que próximamente
partirán para la ciudad de Buenos Aires doscientos noventa y cinco hombres para
completar la guarnición de aquel presidio.
En este número van
incluidos diez y ocho Oficiales reformados: tres Capitanes, cuatro Tenientes,
un Subteniente y seis Sargentos, todos de Infantería. Y de Caballería, un
Capitán, un Teniente, y dos Sargentos. Todos ellos para continuar su mérito en
la Plaza de Buenos Aires a las órdenes del Gobernador”,
“Entraran a ocupar los respectivos
empleos de sus grados que fueren vacando en la Infantería y Caballería”.
“...en inteligencia de que
no habiéndose criado Tenientes en las Compañías de Infantería de Buenos Aires,
según el pié que está establecido en España, han de entrar los Tenientes
reformados que pasan ahora a ser Alféreces de las propias Compañías, alternando
los Alféreces que hubieran sido Tenientes con los Alféreces que no han sido
Tenientes, sin que en esto se ofrezca ninguna cuestión ni reparo...”
El 02/04/1718 el Mariscal de Campo y Capitán General de las
Provincias del Río de la Plata, propone al Rey el establecimiento de:
ü Cuatro
Compañías de Infantería
Compuesta cada una de
ellas por: un Capitán, un Teniente, un Subteniente, dos Sargentos, un tambor,
tres cabos y cuarenta y cuatro soldados, en total cincuenta y tres plazas.
ü Tres
Compañías de Caballería
Cada una conformada por:
un Capitán, un Teniente, un Alférez, un Sargento, un Trompeta, dos Cabos y
cuarenta y seis soldados, en total cincuenta y tres plazas.
ü Un
Compañía de Guías
Con la siguiente
plantilla: un capitán, un teniente, dos sargentos y cuarenta y ocho soldados,
en total cincuenta y dos plazas.
El propio documento se ocupaba en señalar la misión asignada a ésta:
“... a fin de que estos se
puedan distribuir en partidas para ir con los destacamentos que salen a ocupar
diferentes puestos, que se guardan y que también sirvan para hazer qualquiera
prompta diligencia y todo lo demás que se ofreciere...”
A la corona española le era sumamente difícil hacer efectiva una
política militar respecto de sus colonias americanas. Por una parte necesitaba
del grueso de sus efectivos militares en su territorio como respaldo de su
política continental europea. Sus recursos humanos y económicos no le permitían
crear una fuerza de consideración especialmente dedicada a las colonias. Por
otra parte la dificultad de comunicación le hacia imposible, tanto conocer con
antelación suficiente el peligro, cuanto enviar tropas y pertrechos a tiempo
para responder tácticamente.
Las comunicaciones marítimas entre España y el Río de la Plata
debían llevarse a cabo en épocas climáticamente propicias, evitando tanto las
calmas ecuatoriales como las tempestades del Atlántico Sur; con naves de gran
porte y lento desplazamiento y dentro de rutas conocidas por su seguridad. Ello
daba por resultado que una nave solitaria empleara en el viaje entre sesenta y
noventa días y un convoy entre noventa y ciento veinte días. Como ejemplo
recordemos que Cevallos con noventa y seis mercantes y veinte navíos de guerra,
demoró a Santa Catalina noventa y un días.
Las dificultades no concluían con tocar tierra, ya que con el transporte terrestre era
proporcionalmente complejo en directa relación al tamaño de la unidad a
transportar. Así una pequeña partida podía llevar consigo una tropa de caballos
de refresco, pero un ejército debía planificar la caballada necesaria para el
transporte de pertrechos, víveres, munición, forraje, los caminos a recorrer,
las épocas de sequía o lluvias, las crecidas de los ríos y sus vados, etc. Todo
ello alcanzaba una complejidad tal que desbarataba o retardaba la mayor parte
de los intentos de comunicación entre los diferentes virreinatos. Así hallamos
que, cuando Vertiz en 1780 envía ciento noventa hombres entre infantes montados
y dragones, al Alto Perú, estima la demora en legar en no menos de dos meses y
medio.
Hasta el reinado de Carlos III de España la corona mantenía en total
abandono militar a sus colonias americanas. Si bien fue preocupación del
monarca el revertir esa situación, las circunstancias arriba bosquejadas eran
capaces delimitar o anular las mejores intenciones. Tomando conciencia de ello
Carlos III dispone el establecimiento de núcleos de tropas veteranas en las
ciudades importantes que permitiesen el mutuo apoyo y la creación de milicias
locales como base de mayores unidades de combate. Por otra parte es indudable
que los invasores sufrirían las mismas dificultades de tipo geográfico, siendo
posible atacarlos en el mar o ya desembarcados enfrentarlos con fuerzas concentradas,
especialmente en su línea de aprovisionamiento, impidiéndoles sostenerse costa
adentro.
Es ilustrativa la Real Instrucción de 1764 en lo concerniente a las
milicias de Buenos Aires:
“establecimiento de ellas
debía considerarse que la tropa veterana que la España mantenga en América, por
su costo y gravosa conservación, aunque se refuerce anticipadamente a un
rompimiento, nunca podrá ser tanta que por si sola contrarreste a un enemigo
dirigido con expedición formal y así, más se han de reputar como cabezas de las
provincias, que como cuerpo provincial de defensa...”
Las instrucciones impartidas a Craufurd para que al frente de cuatro
mil soldados operara sobre Chile, en tanto que Achmuty hacia lo propio con tres
mil ochocientos en apoyo a Beresford en el Río de la Plata, parecen confirmar
la óptica del monarca español.
RELACION DE CUERPOS
FIJOS DE VETERANOS
SANTO DOMINGO
Infantería: 1 batallón
Caballería: 4 compañías.
PUERTO RICO
Artillería: 1 compañía.
CARACAS
Infantería: 1 batallón.
CUMANA
Caballería: 3 compañías
Infantería: 1 batallón.
CARTAGENA
Artillería: 1 compañía
Infantería: 1 regimiento.
BUENOS AIRES
Artillería: 1 compañía
Caballería: 1 regimiento
Infantería: 1 batallón.
CHILE
Caballería: 4 compañías.
PERU
Infantería: 1 batallón.
FILIPINAS
Infantería: 1 regimiento
Caballería:
4 compañías.
NUEVA ESPAÑA
Infantería: 1 regimiento - 3 compañías ligeras.
Artillería: 1 compañía
Caballería: 2 regimientos.
CAMPECHE
Infantería: 1 batallón
GUATEMALA
Infantería: 1 batallón.
LA HABANA
Infantería: 1 regimiento - 3 compañías ligeras
Artillería: 2 compañías –
Caballería: 1 escuadrón
LUISIANA
Infantería: 1 batallón.
Hasta principios del siglo XIX la corona española poco invirtió en
la defensa de los territorios coloniales. Solo algunas fuerzas veteranas y
milicias locales las mismas del indio y aseguraban un flujo de riqueza hacia la
metrópoli con muy poco gasto. El virreinato del Río de la Plata no escapaba a ello y por lo mismo el
envío de armas y municiones desde España era escaso y excepcional, integrándose
cuando ocurría, con piezas de segunda calidad o usadas.
A partir de las invasiones napoleónicas y el encarcelamiento de
Fernando VII, todos los recursos humanos, materiales y económicos fueron
aplicados a esos graves sucesos. Paralelamente y en el orden local, se hicieron
mas evidentes las intenciones de Gran Bretaña de alcanzar una posesión
territorial americana.
Esta situación, extremadamente grave de por si, se veía agravada por
la ineptitud política y militar de las autoridades coloniales locales,
incapaces de apreciar los parámetros que la corona, por avaricia, desidia o
propia supervivencia, imponía a su
gestión en tierras americanas. Si bien en el caso específico del virrey Rafael
Marqués de Sobremonte, que accedió al cargo en 1804, podía esperarse un mayor
conocimiento militar derivado de veinticinco años de ejercicio, no demostró
ninguna capacidad para apreciar la situación político-militar, como tampoco si
la valoró adoptar las medidas que sirvieran para mejor paliar la indefensión
frente al ataque inglés.
Así al producirse la primera de las invasiones inglesas en 1806, se
produjeron hechos de tanta gravedad como la fuga misma del virrey y cuya responsabilidad
también le era imputable.
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