viernes, 31 de diciembre de 2010

Las primeras fábricas de armamento

Al producirse la revolución del 25/05/1810, solo existían, en el territorio ocupado por el Virreinato del Río de la Plata, dos establecimientos dedicados a la guarda y cuidado del armamento: la "Armería Real" y el "Parque de Artillería de Buenos Aires".
El primero, que luego se denominó "Sala de Armas", se encontraba en el Fuerte y consistía en un simple depósito de armas de fuego portátiles y blancas, cumpliendo también funciones de taller de reparaciones.
El segundo, ubicado en las barrancas de Retiro, servía para la guarda de cañones, obuses y morteros que no se encontraban en servicio, como así sus municiones y también las correspondientes a las armas de fuego portátiles. Se complementaba con un taller de reparaciones para material de artillería, especialmente en lo que correspondía a montajes y para el armado de cartuchos y cargas de pólvora para todas las armas.

Resultando escaso el número de armas disponibles y sumamente dificultosa su adquisición en el exterior, los revolucionarios de mayo, se vieron en la imperiosa necesidad de producirlas por si mismos. Era imperativo la obtención de fusiles, no solamente para recuperar las pérdidas ocasionadas por las derrotas o por deterioro a consecuencia de su uso, sino para dotar a la infantería regular, que constituía la columna vertebral de los ejércitos en operaciones y a las milicias que resguardaban el territorio.

Se carecía de personal técnico, lo que naturalmente entorpecía una eficaz y rápida organización del trabajo y rendimiento de la producción inicial, pero el empuje revolucionario esperaba vencer todas las dificultades.
El 04/11/1810 la Junta de Gobierno dispone establecer en la ciudad de Tucumán una fábrica de fusiles. El objetivo era independizar a los ejércitos que operaban u operarían en el norte del territorio de los pertrechos provenientes de Buenos Aires. Hay que recordar que se había enviado una Expedición Auxiliadora a órdenes del Coronel Ortiz de Ocampo con destino al Alto Perú.

Comenzó, entonces, por nombrar el 28/05/1810 a Miguel de Azcuénaga, miembro de la Junta, como el encargado de “activar y velar con especialidad los trabajos de la Armería”, disponiendo se entregaran al mismo las armas que estuvieran en poder del vecindario.
Tomamos de la “Colección de Leyes y Decretos Militares concernientes al ejercito y armada de la República Argentina desde el 28 de mayo de 1810 hasta el 31 de diciembre de 1898” del Tte. Cnel. Ercilio Domínguez (Tomo 1, Pág. 2. Nro. 2 (Registro Nacional de la República Argentina) - Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco – 1899, Bs. As., Argentina).

DECRETO
Buenos Aires, 28 de Mayo de 1810
La Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata, por el señor don Fernando VII.
Por cuanto es de la mayor importancia reconocer el estado de las armas de fuego y blancas para proveer las necesarias y ponerlas hábiles y expeditas al servicio; y con noticia que una muy considerable parte de fusiles, pistolas, sables y espadas pertenecientes al Rey, se hallan en poder de personas particulares á quienes no interesa tenerlas, respecto á que esta Junta Gubernativa vela el orden, quietud y seguridad pública y privada de todos los ciudadanos, con todo el cuidado que le merecen tan dignas atenciones: se ordena y manda que toda persona particular, de cualquier clase y condición, que tenga en su poder uno ó más fusiles, pistolas, sables ó espadas pertenecientes al Rey, ocurra á entregarlas, ó dar aviso á la Comandancia de Armas, dentro del preciso y perentorio término de cuatro días que se prefijan á los que estén dentro de los términos de esta ciudad y quintas: previniéndoles que, pasado ese término, se procederá á tomar y hacer efectivas las providencias más serias contra los que las oculten y retuvieren, sin que pueda servirles de disculpación pretexto alguno. Y aunque esta Junta debe esperar que todo buen ciudadano se preste con docilidad á tan justa y razonable disposición, sin embargo, por si hubiese algunos que no lo ejecutasen, se excita y empeña el celo y patriotismo de todos lo que se interesan en la justicia de la causa pública para que denuncien á a esta Junta, ó á cualquiera de los individuos que la componen, el sujeto ó sujetos que tengan alguna ó algunas de las armas referidas, en la inteligencia de que por cada uno de los fusiles se gratificará con cuatro pesos, dos por cada pistola y uno por cada sable ó espada. Y para que esta determinación llegue á noticias de todos y se cumpla puntual y exactamente, se publicará por bando en la forma ordinaria, fijándose ejemplares en los parajes de estilo
CORNELIO SAAVEDRA
Doctor Juan José Castelli - Manuel Belgrano - Manuel Azcuénaga –
Doctor Manuel Alberti - Domingo Matheu.
Doctor Juan José Paso Doctor Mariano Moreno
Secretario Secretario

Más tarde y en vista de las dificultades que existían para adquirir armas en el extranjero, unas económicas y otras políticas, como un posible bloqueo español, se encaró la fabricación en el país.
Se inició así la elaboración de fusiles, armas blancas y pólvora, que constituían los elementos que con mayor urgencia eran necesarios, instalándose para ello, tres fábricas, dos de armas portátiles en Tucumán y Buenos Aires y una de pólvora en Córdoba.
La fábrica de fusiles de Tucumán, dependía del Ejército del Alto Perú y fue establecida a principios de noviembre de 1810, con la idea de que abasteciera al mismo. La dirección de los trabajos estaba a cargo de Clemente Zabaleta, un vecino de Buenos Aires.
En sus comienzos, la actividad no resultó satisfactoria, recordemos que el 03/06/1812 el Gral. Manuel Belgrano, Comandante en Jefe del Ejército del Alto Perú, escribe al Gobierno central desde Jujuy:

“La fábrica de fusiles de Tucumán merece una atención particular y poner en ella un hombre que lo entienda; de unos cuantos fusiles nuevos que han enviado, se han rebentado tres como granadas; las cajas a los primeros tiros se rajan; para las llavero hay piedras que basten, y tienen tanto fierro que muy bien podrían hacerse dos de cada una. Me he confirmado en lo que allí observé: que el vizcaino no es más que un practicón de fabricante de armas, sin entender palabra de mecánica, y que el protector y otros satélites que hay empleados son absolutamente ignorantes en la materia: es, pues, preciso buscar un inteligente que se haga cargo de ella, experimentándolo antes a entera satisfacción; lo demás es gastar plata en balde y no aprovechar cosa alguna; con un sujeto de provecho que se hubiese ocupado, tendríamos hoy otras ventajas en ese ramo, de que carecemos con grave perjuicio.”

Pese a ello, puede considerarse relevante el aporte de la fábrica al Ejército del Alto Perú, en ocasión de las batallas de Tucumán y Salta.
Por su parte la fábrica de fusiles de Buenos Aires, ubicada en el solar en el que luego funcionaría el Parque de Artillería y hoy ocupa el Palacio de Tribunales, operó más o menos contemporáneamente, pero en condiciones más favorables, principalmente por la mejor capacitación de los trabajadores que pudo incorporar. Sus actividades fueron destacadas por la Gaceta Extraordinaria de Buenos Aires, del 09/09/1811:

“…se halla hoy en el mejor estado y de sus primeros ensayos se han presentado a la Junta una porción de ellos (fusiles), de carabinas y de pistolas, de la más excelente construcción, que quedan aplicadas al servicio”…

Más tarde se ocupó también de la fabricación de armas blancas.
Su primer Director, Domingo Matheu, nombrado el 29/09/1811, anteriormente se había desempeñado como Encargado de la misma.
La parte técnica de la producción, se encontraba a cargo de mecánicos, que fueron reclutados primeramente, entre los que habitaban Buenos Aires y que posiblemente anteriormente se desempeñaban en la Armería Real. Desde 1813 se comenzó a contratar personal extranjero especializado.
En noviembre de 1810, la Junta dispuso la creación de una nueva fábrica, en este caso, de pólvora, ubicada en el bajo de Pucará, cerca del Río Primero y en las inmediaciones de la ciudad de Córdoba, hoy pueblo de San Vicente, Provincia de Córdoba. Hasta fin de 1811 su conducción estuvo a cargo de José Arroyo, quién fuera recomendado por el Deán Gregorio Funes, por su conocimiento en la materia. A principios de 1812, fue reemplazado por Diego Paroissien, inglés de nacimiento, nacionalizado en noviembre de 1811 y perteneciente a las filas de la Expedición Auxiliadora al Alto Perú. El nuevo Director, que contó con la colaboración del capitán de artillería José Álvarez Condarco, reorganizó al personal y mejoró los métodos de elaboración. Años más tarde Condarco tuvo a su cargo una fábrica similar, establecida por el general San Martín en Mendoza, a fin de proveer al Ejército de los Andes.

Dados los primeros pasos en la fabricación de armas portátiles y pólvoras en el país, la Junta resolvió intentar la construcción de piezas de artillería que, siendo necesarias a los ejércitos patrios, eran casi imposibles de obtener en el exterior.

Las dificultades técnicas que se tuvieron que vencer para llevar a cabo su fabricación, contaron con el aporte de Angel Monasterio, español que adhirió entusiasta a la causa patriota, logrando que, en premio a sus esfuerzos, se le confiriera por Decreto fechado el 27/11/1811, el grado de Teniente Coronel y el título de Inspector de Escuelas Militares, con destino en el Estado Mayor General del Ejército.

Hacia mayo de 1812 el Triunvirato dispuso la habilitación de un local situado en las calles Liniers y Núñez, actualmente Defensa y Humberto I, encomendando al Teniente Coronel Monasterio el montaje y funcionamiento de una fábrica de cañones.
La misma comenzó a operar en julio de 1812, con la fundición de morteros y teniendo en cuenta los buenos resultados obtenidos, a principios de 1814 con la fundición de cañones.

En tanto, el General Manuel Belgrano, que había sido nombrado como Comandante en Jefe del Ejército del Alto Perú, dispone establecer otra fundición de cañones en Jujuy. Para ello, aprovechó los conocimientos que podía aportar el Coronel austríaco Eduardo Kaillitz, Barón de Holmberg, asimilado al Cuartel General y designado por Belgrano como “Jefe del Estado Mayor en todo lo concerniente a Artillería e Ingenieros”. El Barón de Holmberg fue para la fábrica de cañones en Jujuy, lo que el Teniente Coronel Monasterio, fue para la de Buenos Aires.
Si bien se llegó a fundir algunos morteros y obuses, la vida del establecimiento fue muy efímera, el 23/08/1812 por la presión de los realistas el General Belgrano se vió obligado a abandonar Jujuy, disponiendo el cierre de las instalaciones y su traslado hacia el sud, pese a lo cual nunca volvió a funcionar.
Además de las fábricas mencionadas, se crearon las primeras maestranzas, así para reparaciones menores en armas de infantería se incorporaron “maestros armeros” a las unidades. Igualmente se nombró personal encargado de las reparaciones del material de artillería en campaña, los que, conforme a su especialidad, se clasificaron en: maestros de montaje, torneros, maestros de herrería, oficiales carpinteros, etc., los que se encontraban a las órdenes de un Maestro Mayor.
A inicios de 1815 existían en las Provincias Unidas del Río de la Plata, los siguientes establecimientos afectados al servicio de arsenales:
En Buenos Aires
Fábrica de fusiles y armas blancas.
Fábrica de cañones.
Parque de Artillería.
Sala de Armas, ex Armería Real.
En Tucumán
Fábrica de fusiles.
En Córdoba
Fábrica de pólvoras.
En los ejércitos en operaciones
Maestranzas
Almacenes de Artillería.
Además de estos establecimientos, parece que funcionó por muy corto tiempo, una pequeña fábrica de pólvora en Santiago del Estero, que fue cerrada por la mala calidad de los elementos producidos, a tenor de las quejas del General Belgrano, en una carta fechada en el año 1812.
Si bien todos los organismos existentes dependían del gobierno central, solamente en los ubicados en Buenos Aires, se daba ésta en forma directa. La fábrica de Tucumán estaba bajo control inmediato del Ejército del Alto Perú; la fábrica de pólvora de Córdoba estaba bajo la dependencia directa del Gobernador Intendente de esa provincia, por su parte, las maestranzas y los almacenes de artillería, dependían de los comandos respectivos.
El 10/04/1815 se produjo un incendio en la fábrica de pólvora de Córdoba, quedando destruidas casi todas sus instalaciones. Probablemente, a consecuencia de ello y con el fin de aprovechar el salitre acopiado para la misma, se instaló en La Rioja una pequeña fábrica de pólvoras.
En el mismo mes y año, la caída del Director Supremo Carlos María Alvear, hizo que se produjeran cambios en la conducción de las fábricas sitas en Buenos Aires. Salvador Cornet, que había sucedido a Matheu en la de fusiles, fue procesado y encarcelado, nombrándose en su reemplazo al Sargento Mayor de Artillería, Esteban de Luca, que se había desempeñado en la fábrica de cañones, bajo la dirección del Teniente Coronel Monasterio, quién, a su vez, separado del ejército por su participación política, fue sustituido por José María Rojas, que era otro de sus discípulos.
En el año 1816, como premio al progreso logrado en la fábrica de fusiles de Buenos Aires, se dispuso conferir a Esteban de Luca el título de Director de la misma. En ese mismo año se inició la fabricación de armas blancas, espadas y sables para caballería, lográndose superar el escollo que técnico que representaba obtener el temple adecuado. Pese a ello, en 1817 la fábrica fue cerrada por falta de fondos y a que se había obtenido efectivizar la compra de armamentos en el exterior.
Por su parte, la fábrica de material de artillería encaró decididamente la fundición de cañones de varios calibres, con éxito. En mérito a ello, en 1819 se le confirió a José María Rojas el título de Director del establecimiento.
En lo concerniente a la fábrica de fusiles de Tucumán, manteniendo la denominación de tal, fue reduciéndose a un taller de reparaciones de armas portátiles, para desaparecer totalmente en 1819, cuando el Ejército del Norte se encaminó a Santa Fe para sofocar conflictos locales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario