(Parte I)
“No sólo eran invencibles, sino que sabían que
eran invencibles; y cada vez que se enfrentaban en las Américas a miles de
indios, su primera reacción, sin que les importara la enorme diferencia
numérica, era avanzar siempre, con la caballería cargando arrogantemente contra
el grueso del enemigo”.
“Los ciervos (nombre dado a
los caballos) venían delante, llevando los soldados a sus lomos. Los soldados
tenían puestas unas armaduras de algodón. Llevaban escudos de cuero y tenían en
la mano sus espadas de hierro, pero las espadas colgaban de los cuellos de los
ciervos.
Esos animales llevaban
puestos cascabeles, están adornados con muchas esquilas pequeñas. Al galopar
los ciervos, las esquilas hacen un gran estruendo, resonando y tintineando.
Aquellos ciervos bramaban y
resoplaban. Sudan en gran cantidad, de forma que les corren chorros por el
cuerpo. Del morro les gotea espuma que cae al suelo. Se suelta en gruesas
gota, como el bálago de amole (planta usada
por los aztecas para hacer jabón).
Hacen un fuerte ruido
cuando corren; causan gran estrépito, como si estuvieran lloviendo piedras
sobre el suelo. Dejan el terreno horadado y descalabrado allí donde ponen las
pezuñas. Se abre en cualquier sitio donde las apoyen”.
“Había unos quince de
aquellas gentes, algunos con casacas azules, otros con rojas, otros con negras
o verdes, y aun otros con casacas de color sucio, muy feo, como nuestros
“ichtilmatli” (capa hecha con fibras del cactus magüey). Aun había otros sin
casacas. En las cabezas llevaban pañuelos rojos o gorras de hermoso color
escarlata, y algunos iban cubiertos con unos gorros grandes y redondos, como
pequeños “comales” (grandes platos llanos de arcilla en los que los indios
cocían tortas), que debían ser sombrillas. Tienen la piel muy clara, mucho más
clara que la nuestra. Todos tienen largas barbas y el cabello sólo les cubre
hasta las orejas.”
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