(Parte II)
LAS ARMAS ESPAÑOLAS
EL ARNÉS
La conquista americana, coincidía con un alto grado de excelencia en la
producción europea de armaduras. Las campañas en Italia habían traído aparejada
la difusión y el conocimiento entre los dos principales estilos imperantes, el
alemán y el italiano. Hacia el año 1500, ambos estilos se fusionan en un nuevo
tipo que se extiende a todo el continente europeo y que resulta de la
simplificación de la armadura tipo Maximiliano, adornada con surcos o estrías
verticales. Pese a ello, durante todo el período se emplearon tanto las
armaduras lisas como las estriadas y de hecho, salvo en Alemania, la armadura
lisa era el tipo más apreciado.
Las armaduras estriadas pasaron de moda en Italia
aproximadamente en el 1520 y en Alemania diez años más tarde. A partir de 1510,
las plazas elaboradas en Alemania, cuentan con un borde conformado por un cordón
trenzado en cobre o latón, lo que pasa a ser habitual a partir de 1520. Desde entonces,
se invirtió el doblez de los bordes, haciéndolo hacia adentro, detalle que es
útil a la hora de fecha una pieza.
Otra moda, que surge a principios de 1510, llega a su
apogeo diez años más tarde y desaparece hacia 1530, es el repujado y grabado
imitando las aberturas y abombados de los trajes de aquellos tiempos.
Cuando los conquistadores arribaron por primera vez a
América, llevaban armaduras del tipo empleado en Europa, solamente los
capitanes y algunos de los jinetes más ricos, vestían al parecer, el llamado
“arnés de tres cuartos” compuesto por yelmo, coraza, brazales, guanteletes y
quijotes.
De todas formas es importante recordar el aporte de
Alberto M. Salas en “Las Armas de la Conquista de América” (Editorial Plus
Ultra – 1986, Buenos Aires), al señalar que era costumbre que los soldados
fueran quienes hicieran el aporte de armas y solamente cuando una expedición
era muy importante o muy rico su conductor este colaboraba u obtenía la colaboración
de la corona. Esto así, la variedad de elementos eran muy grande: armadura más
o menos completa, coselete, cuera de ante, cota de malla, celada, borgoñota,
morrión o casco.
El mismo autor considera que, al ser las armaduras
completas principalmente utilizadas por los jinetes y resultar escaso el número
de caballos que son mencionados en las crónicas, resulta errónea la afirmación
de muchos autores acerca de su uso generalizado. Señala y nos parece con
justeza, que es posible que los conquistadores, capitanes y caballeros vistieran
arneses “de punta en blanco” al tomar posesión simbólica de las tierras o fundar
ciudades, pero que esta no era su vestimenta habitual. Debe tenerse presente
que la casi totalidad de las imágenes que exponen estas situaciones, resultan
obras realizadas mucho tiempo después y en muchos de los casos destinadas a conformar
el ideario popular y el ego nacional.
La mayor parte de los jinetes
enviados por España conformaban un nuevo tipo de caballería, más ligero,
surgido de la aplicación de las tácticas moras y de la intención de neutralizar
las ventajas con que contaban los piqueros y arcabuceros. A consecuencia de
ello, aligeraron la pesada caballería medieval, empleando como defensa un casco
abierto, gola, coraza, quijotes, brazales y guanteletes y menos defensas de cuerpo y caballos más ligeros y
rápidos, Existía, además, una armadura más económica compuesta por casco, gola,
coraza y vambrazas, que solamente protegían el lado externo de los brazos y
llevaban prolongaciones laminadas sobre el dorso de las manos, en lugar de los
guanteletes. A veces no se utilizaban placas en los brazos, solamente la cota
de malla; en otras ocasiones, únicamente casco abierto, cota de malla y guanteletes.
Además estos jinetes ligeros montaban “a la gineta”,
sobre una silla alta con estribos cortos y las piernas dobladas hacia atrás,
como arrodillados sobre la grupa del caballo. Esta modificación no era la
expresión de una moda, era la consecuencia de no tener que resistir el choque
provocado por la carga lanza en ristre.
También por influencia morisca habían adoptado un
robusto bocado de rienda simple, que hacía girar la cabeza del caballo, empujándole
el cuello y no tirando de las comisuras de la boca. Ese bocado tenía un freno
alto y con frecuencia largas “camas” de forma que al levantar la mano el freno
empujaba en el paladar y el caballo obedecía más fácilmente y sufría menos que
con el sistema inglés.
Un arnés completo pesaba entre veintisiete y treinta y
dos kilos, pero no era molesto porque el peso estaba distribuido uniformemente
sobre todo el cuerpo. Una cota de malla pesaba entre siete y catorce kilos,
dependiendo del tamaño de los anillos, pero gran parte de su peso descansaba
sobre los hombros. El clima del área tropical americana era impiadoso con las
armaduras, las lluvias las oxidaban, cosa que parcialmente se lograba evitar
pintándolas de negro y el sol achicharraba al soldado dentro de ella. Es por
ello que rápidamente los españoles pasaron a utilizar las defensas de cuerpo
empleadas por los indígenas, estas consistían en un jubón de fibras de algodón
o magüey, con un relleno de algodón de tres dedos de espesor y costuras para
mantener el relleno uniformemente distribuido. Estos jubones eran embebidos en
salmuera para endurecerlos y resultaban capaces de detener una flecha o el filo
de una espada. La leyenda popular cuanta la hazaña de un capitán español que
sobrevivió a una batalla, pese a tener doscientas flechas clavadas en su
armadura acolchada, más allá de la precisión de este hecho puntual, es cierto
que era normal que este tipo de defensa resistiese ser alcanzada por diez flechas,
sin daño para su usuario.
El complemento defensivo de esta armadura, estaba
constituido por casco, gola y sandalias indígenas de cáñamo. Díaz refiere:
“Jamás nos quitábamos las armaduras, golas o perneras, ni de día ni de noche”.
Es de suponer que llamase “perneras” a las calzas, pues los autores consideran
dudoso que se llevara alguna clase de protección en las piernas. El pequeño
escudo que completaba la protección del caballero era generalmente una rodela
de hierro o madera recubierta de cuero y a veces la adarga en forma de corazón.
Las armas ofensivas eran la “lanza jineta” de tres a cuatro metros de largo,
fina y ligera, con moharra romboidal de
metal, la espada y la daga.
Terence Wise, en “Los Conquistadores”, (Tropas de
Elite, Vol. XXVI – Osprey Reed Consumer Books Ltd. -1991, Londres, R. Unido y
Ediciones del Prado – 1995, Madrid, España) hace una poética evocación de los
conquistadores españoles al definirlos como hombres de hierro:
“sus armas y arreos son
todos de hierro, se visten de hierro y de hierro son los cascos que ciñen sus
sienes. Las espadas son hierro; sus arcos son hierro; hierro son sus lanzas y
escudos de hierro.”
Por otra parte puede afirmarse
que el coselete, dado su carácter de arnés propio del infante y del piquero,
tuvo una gran difusión, si bien sujeto a un sinnúmero de simplificaciones y
agregados. También llamado “corselete” y “cosolete”, era una coraza, conformada
por un peto y un espaldar, escarcelas, faldones que cubrían la parte superior
de los muslos, sustituidos a veces por quijotes, que cubrían la totalidad de
los muslos y guarniciones articuladas para brazos y manos.
Fuera de las armaduras, la vestimenta de los soldados
españoles se enmarcaba en la moda europea de la época, esto es, vestían jubones
de paño y cuero, con mangas abombadas acuchilladas y almohadillas en los
hombros, calzones hasta la rodilla, muy holgados y cortos, abombados con
rellenos, medias apretadas y botas moriscas, de cuero rojo y media caña, u
otras botas más fuertes de cuero basto que llegaban hasta el muslo y que, salvo
en combate, solían llevarse con la caña remangada por debajo de la rodilla. La
ropa era multicolor, siendo muy apreciado el color rojo y a menudo se ponían
plumas en los sombreros.
Los rellenos del jubón y los calzones prestaban cierta
protección contra los tajos de espada, no eran suficientes para el resto de las
armas y mucho menos para las flechas.
El infante español vestido con arnés de tres cuartos,
almete y gola, portando en su mano una larga espada de dos filos y pequeña
rodela, había quebrado la supremacía que por un siglo ostentaron los piqueros
suizos sobre los campos de batalla europeos y había forjado la reputación del
ejército español, marcando indeleblemente su sello en la historia militar.
En la época de la conquista americana, el piquero y el
arcabucero aún no habían reemplazado por completo a este infante, solamente
habían hecho aligerar su armadura para obtener mayor velocidad desplazamiento.
En América, esta armadura se reducía frecuentemente al uso del casco y una
brigantina remachada, o un jaco de plaquitas de hierro o cuerno cosidas entre
dos placas de lienzo, o un simple pero robusto jubón de cuero. Los casos empleados
eran celadas y borgoñotas, pese a lo cual el tipo más popular dentro de la
infantería era el morrión, apreciado por los arcabuceros y ballesteros porque
no les estorbaba al apuntar.
LA ESPADA
La espada española recta tenía aproximadamente un metro
de longitud, doble filo con punta aguda y una guarda cruzada en forma de “S”
con un brazo curvado hacia atrás para proteger la mano, mientras que la
curvatura hacia la punta podía usarse para atrapar un arma parada en la
guarda. A veces tenía una anilla de metal a cada lado
de la hoja para ofrecer a la mano una protección adicional.
En este período surgió una nueva forma de espada, el
estoque y con el arte de la esgrima alcanzó la popularidad en toda Europa. Los
españoles habían asimilado muchas enseñanzas de los moros en la fabricación de
hojas de espadas y ya Toledo era uno de los renombrados centros fabriles. Se
seguían puntualmente normas muy estrictas y antes de aceptar una hoja, la misma
era sometida a rigurosas pruebas, entre ellas doblarla hasta formar una S,
formar un semicírculo con la empuñadura, golpear con plena fuerza un casco de
acero, etc. Las hojas de Toledo eran largas, fuertes, flexibles, ligeras y
afiladísimas, conformando un arma formidable en manos de hombres diestros y los
españoles eran colectivamente los mejores espadachines de Europa.
Frente a tales armas los indios solo contaban con una
espada pesada y engorrosa que sólo podía usarse en golpes de corte, desconocían
la esgrima que permitía a los españoles propinar rápidas estocadas que podían
perforar las corazas de algodón. No fue casual que, una vez asentados en
América, los españoles prohibieran a todos los indios el poseer por cualquier
circunstancia espadas de acero.
Otro factor de importancia fue la artillería, penosamente
arrastrada por todo el continente por los porteadores indígenas utilizados por
los españoles para ello. Existen pocas, pero contundentes referencias referidas
al poder devastador de los cañones que eran cargados con metralla y empleados a
corta distancia. No solo era considerable el efecto de la metralla, también lo
era el psicológico del estampido y el fuego. “Entonces los españoles dispararon
uno de sus cañones y eso causó gran confusión en la ciudad. La gente se esparció
en todas direcciones, huían sin causa ni tino, corrían sin que les persiguieran.
Era como si hubiesen tomado los hongos que trastornan la mente o hubieran visto
una aparición espantosa. Todos estaban poseídos por el terror, como si les
hubiera desmayado el espíritu. Y cuando cayó la noche, se extendió el pánico
por la ciudad y sus miedos no les dejaron dormir.”
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