sábado, 18 de mayo de 2013

Armamento utilizado en el territorio argentino

(Parte II)

LAS ARMAS ESPAÑOLAS

EL ARNÉS

La conquista americana, coincidía con un alto grado de excelencia en la producción europea de armaduras. Las campañas en Italia habían traído aparejada la difusión y el conocimiento entre los dos principales estilos imperantes, el alemán y el italiano. Hacia el año 1500, ambos estilos se fusionan en un nuevo tipo que se extiende a todo el continente europeo y que resulta de la simplificación de la armadura tipo Maximiliano, adornada con surcos o estrías verticales. Pese a ello, durante todo el período se emplearon tanto las armaduras lisas como las estriadas y de hecho, salvo en Alemania, la armadura lisa era el tipo más apreciado.

Las armaduras estriadas pasaron de moda en Italia aproximadamente en el 1520 y en Alemania diez años más tarde. A partir de 1510, las plazas elaboradas en Alemania, cuentan con un borde conformado por un cordón trenzado en cobre o latón, lo que pasa a ser habitual a partir de 1520. Desde entonces, se invirtió el doblez de los bordes, haciéndolo hacia adentro, detalle que es útil a la hora de fecha una pieza.

Otra moda, que surge a principios de 1510, llega a su apogeo diez años más tarde y desaparece hacia 1530, es el repujado y grabado imitando las aberturas y abombados de los trajes de aquellos tiempos.

Cuando los conquistadores arribaron por primera vez a América, llevaban armaduras del tipo empleado en Europa, solamente los capitanes y algunos de los jinetes más ricos, vestían al parecer, el llamado “arnés de tres cuartos” compuesto por yelmo, coraza, brazales, guanteletes y quijotes.

De todas formas es importante recordar el aporte de Alberto M. Salas en “Las Armas de la Conquista de América” (Editorial Plus Ultra – 1986, Buenos Aires), al señalar que era costumbre que los soldados fueran quienes hicieran el aporte de armas y solamente cuando una expedición era muy importante o muy rico su conductor este colaboraba u obtenía la colaboración de la corona. Esto así, la variedad de elementos eran muy grande: armadura más o menos completa, coselete, cuera de ante, cota de malla, celada, borgoñota, morrión o casco.

El mismo autor considera que, al ser las armaduras completas principalmente utilizadas por los jinetes y resultar escaso el número de caballos que son mencionados en las crónicas, resulta errónea la afirmación de muchos autores acerca de su uso generalizado. Señala y nos parece con justeza, que es posible que los conquistadores, capitanes y caballeros vistieran arneses “de punta en blanco” al tomar posesión simbólica de las tierras o fundar ciudades, pero que esta no era su vestimenta habitual. Debe tenerse presente que la casi totalidad de las imágenes que exponen estas situaciones, resultan obras realizadas mucho tiempo después y en muchos de los casos destinadas a conformar el ideario popular y el ego nacional.



La mayor parte de los jinetes enviados por España conformaban un nuevo tipo de caballería, más ligero, surgido de la aplicación de las tácticas moras y de la intención de neutralizar las ventajas con que contaban los piqueros y arcabuceros. A consecuencia de ello, aligeraron la pesada caballería medieval, empleando como defensa un casco abierto, gola, coraza, quijotes, brazales y guanteletes y menos defensas de cuerpo y caballos más ligeros y rápidos, Existía, además, una armadura más económica compuesta por casco, gola, coraza y vambrazas, que solamente protegían el lado externo de los brazos y llevaban prolongaciones laminadas sobre el dorso de las manos, en lugar de los guanteletes. A veces no se utilizaban placas en los brazos, solamente la cota de malla; en otras ocasiones, únicamente casco abierto, cota de malla y guanteletes.

Además estos jinetes ligeros montaban “a la gineta”, sobre una silla alta con estribos cortos y las piernas dobladas hacia atrás, como arrodillados sobre la grupa del caballo. Esta modificación no era la expresión de una moda, era la consecuencia de no tener que resistir el choque provocado por la carga lanza en ristre.

También por influencia morisca habían adoptado un robusto bocado de rienda simple, que hacía girar la cabeza del caballo, empujándole el cuello y no tirando de las comisuras de la boca. Ese bocado tenía un freno alto y con frecuencia largas “camas” de forma que al levantar la mano el freno empujaba en el paladar y el caballo obedecía más fácilmente y sufría menos que con el sistema inglés.

Un arnés completo pesaba entre veintisiete y treinta y dos kilos, pero no era molesto porque el peso estaba distribuido uniformemente sobre todo el cuerpo. Una cota de malla pesaba entre siete y catorce kilos, dependiendo del tamaño de los anillos, pero gran parte de su peso descansaba sobre los hombros. El clima del área tropical americana era impiadoso con las armaduras, las lluvias las oxidaban, cosa que parcialmente se lograba evitar pintándolas de negro y el sol achicharraba al soldado dentro de ella. Es por ello que rápidamente los españoles pasaron a utilizar las defensas de cuerpo empleadas por los indígenas, estas consistían en un jubón de fibras de algodón o magüey, con un relleno de algodón de tres dedos de espesor y costuras para mantener el relleno uniformemente distribuido. Estos jubones eran embebidos en salmuera para endurecerlos y resultaban capaces de detener una flecha o el filo de una espada. La leyenda popular cuanta la hazaña de un capitán español que sobrevivió a una batalla, pese a tener doscientas flechas clavadas en su armadura acolchada, más allá de la precisión de este hecho puntual, es cierto que era normal que este tipo de defensa resistiese ser alcanzada por diez flechas, sin daño para su usuario.

El complemento defensivo de esta armadura, estaba constituido por casco, gola y sandalias indígenas de cáñamo. Díaz refiere: “Jamás nos quitábamos las armaduras, golas o perneras, ni de día ni de noche”. Es de suponer que llamase “perneras” a las calzas, pues los autores consideran dudoso que se llevara alguna clase de protección en las piernas. El pequeño escudo que completaba la protección del caballero era generalmente una rodela de hierro o madera recubierta de cuero y a veces la adarga en forma de corazón. Las armas ofensivas eran la “lanza jineta” de tres a cuatro metros de largo, fina y ligera, con moharra  romboidal de metal, la espada y la daga. 




Terence Wise, en “Los Conquistadores”, (Tropas de Elite, Vol. XXVI – Osprey Reed Consumer Books Ltd. -1991, Londres, R. Unido y Ediciones del Prado – 1995, Madrid, España) hace una poética evocación de los conquistadores españoles al definirlos como hombres de hierro:

“sus armas y arreos son todos de hierro, se visten de hierro y de hierro son los cascos que ciñen sus sienes. Las espadas son hierro; sus arcos son hierro; hierro son sus lanzas y escudos de hierro.”

Por otra parte puede afirmarse que el coselete, dado su carácter de arnés propio del infante y del piquero, tuvo una gran difusión, si bien sujeto a un sinnúmero de simplificaciones y agregados. También llamado “corselete” y “cosolete”, era una coraza, conformada por un peto y un espaldar, escarcelas, faldones que cubrían la parte superior de los muslos, sustituidos a veces por quijotes, que cubrían la totalidad de los muslos y guarniciones articuladas para brazos y manos.

Fuera de las armaduras, la vestimenta de los soldados españoles se enmarcaba en la moda europea de la época, esto es, vestían jubones de paño y cuero, con mangas abombadas acuchilladas y almohadillas en los hombros, calzones hasta la rodilla, muy holgados y cortos, abombados con rellenos, medias apretadas y botas moriscas, de cuero rojo y media caña, u otras botas más fuertes de cuero basto que llegaban hasta el muslo y que, salvo en combate, solían llevarse con la caña remangada por debajo de la rodilla. La ropa era multicolor, siendo muy apreciado el color rojo y a menudo se ponían plumas en los sombreros.

Los rellenos del jubón y los calzones prestaban cierta protección contra los tajos de espada, no eran suficientes para el resto de las armas y mucho menos para las flechas.

El infante español vestido con arnés de tres cuartos, almete y gola, portando en su mano una larga espada de dos filos y pequeña rodela, había quebrado la supremacía que por un siglo ostentaron los piqueros suizos sobre los campos de batalla europeos y había forjado la reputación del ejército español, marcando indeleblemente su sello en la historia militar.

En la época de la conquista americana, el piquero y el arcabucero aún no habían reemplazado por completo a este infante, solamente habían hecho aligerar su armadura para obtener mayor velocidad desplazamiento. En América, esta armadura se reducía frecuentemente al uso del casco y una brigantina remachada, o un jaco de plaquitas de hierro o cuerno cosidas entre dos placas de lienzo, o un simple pero robusto jubón de cuero. Los casos empleados eran celadas y borgoñotas, pese a lo cual el tipo más popular dentro de la infantería era el morrión, apreciado por los arcabuceros y ballesteros porque no les estorbaba al apuntar.

LA ESPADA

La espada española recta tenía aproximadamente un metro de longitud, doble filo con punta aguda y una guarda cruzada en forma de “S” con un brazo curvado hacia atrás para proteger la mano, mientras que la curvatura hacia la punta podía usarse para atrapar un arma parada en la guarda.  A  veces tenía una anilla de metal a cada lado de la hoja para ofrecer a la mano una protección adicional.

En este período surgió una nueva forma de espada, el estoque y con el arte de la esgrima alcanzó la popularidad en toda Europa. Los españoles habían asimilado muchas enseñanzas de los moros en la fabricación de hojas de espadas y ya Toledo era uno de los renombrados centros fabriles. Se seguían puntualmente normas muy estrictas y antes de aceptar una hoja, la misma era sometida a rigurosas pruebas, entre ellas doblarla hasta formar una S, formar un semicírculo con la empuñadura, golpear con plena fuerza un casco de acero, etc. Las hojas de Toledo eran largas, fuertes, flexibles, ligeras y afiladísimas, conformando un arma formidable en manos de hombres diestros y los españoles eran colectivamente los mejores espadachines de Europa.

Frente a tales armas los indios solo contaban con una espada pesada y engorrosa que sólo podía usarse en golpes de corte, desconocían la esgrima que permitía a los españoles propinar rápidas estocadas que podían perforar las corazas de algodón. No fue casual que, una vez asentados en América, los españoles prohibieran a todos los indios el poseer por cualquier circunstancia espadas de acero.

Otro factor de importancia fue la artillería, penosamente arrastrada por todo el continente por los porteadores indígenas utilizados por los españoles para ello. Existen pocas, pero contundentes referencias referidas al poder devastador de los cañones que eran cargados con metralla y empleados a corta distancia. No solo era considerable el efecto de la metralla, también lo era el psicológico del estampido y el fuego. “Entonces los españoles dispararon uno de sus cañones y eso causó gran confusión en la ciudad. La gente se esparció en todas direcciones, huían sin causa ni tino, corrían sin que les persiguieran. Era como si hubiesen tomado los hongos que trastornan la mente o hubieran visto una aparición espantosa. Todos estaban poseídos por el terror, como si les hubiera desmayado el espíritu. Y cuando cayó la noche, se extendió el pánico por la ciudad y sus miedos no les dejaron dormir.”


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